INTRODUCCIÓN
EL ESCENARIO HISTÓRICO DEL PROFETA AMÓS
El reino extenso y próspero de Salomón se dividió a su muerte en el 922 a. de J.C. En su lugar quedaron los dos pequeños reinos de Judá e Israel. En menos de doscientos años ambos habían alcanzado cierto nivel de prosperidad y el Reino del Norte, conocido como Israel o Efraín, era el más próspero. No obstante era carcomido por dentro por un cáncer sumamente maligno: su pueblo se había distanciado de Dios, practicando una religión superficial y mezclada con el paganismo. Su prosperidad era totalmente artificial; ¡el globo esperaba solamente el momento oportuno para estallar!
El rey Jeroboam II, quien reinó desde el 786 hasta el 746 a. de J.C., logró colocar sus fronteras donde el gran David las había puesto muchos años antes. Derrotó al reino de Aram (Damasco) en la batalla de Carnaim y ocupó territorio hasta muy al norte de Damasco (2 Rey. 14:25).
Así, los arameos ya no representaban una amenaza para Israel; Asiria en esas fechas no había comenzado su marcha hacia el Mediterráneo en busca de conquistar nuevas tierras. Israel gozaba de una prosperidad desconocida desde los días de Salomón. La agricultura produjo riquezas en ganado, trigo, cebada, aceite de olivo, vino y muchas cosas más. Los artículos que se producían en el país incluían zapatos, muebles con adornos de marfil, cerámica, telas finas y otras cosas. En Samaria, los de la clase alta construyeron sus casas lujosas imitando el palacio del rey con sus adornos de marfil y madera.
En el sur el rey Uzías (o Azarías) gobernaba una nación igualmente próspera y tranquila. En el 760 a. de J.C. vivía en Israel y Judá una generación entera que no había conocido ni la guerra ni la invasión.
No obstante, no todo estaba bien en esa sociedad hebrea. A pesar de su prosperidad económica, la característica principal de la monarquía era su injusticia social y el enorme contraste entre los ricos y los pobres. Los dueños de fábricas y fincas pagaban muy poco a sus obreros. Los dueños de las pequeñas industrias percibían muy pocas ganancias por sus productos. Los agricultores a pequeña escala, que cultivaban sus propias parcelas, estaban a punto de desaparecer debido a la rapacidad de los ricos y al crecimiento del latifundismo. Los “nuevos ricos” vivían del comercio y les importaba poco que la tierra fuera la única herencia de los pobres. Tampoco les importaba mucho la religión nacional, que era “pura pantalla”; y con este trasfondo empleaban cualquier astucia para torcer a su favor las decisiones de los jueces.
Es bien evidente que la estructura social de Israel había experimentado un cambio radical desde los días de Samuel y David. En el comienzo la sociedad hebrea existía sin distinción de clases. Todo hebreo era miembro de la comunidad del Pacto del Sinaí, y estaba obligado a obedecer la ley de Moisés sin distinción de personas. Incluso, un estudio del Código de Hammurabi (c. 1700 a. de J.C. en Babilonia) en relación con el Libro del Pacto (Éxo. 20:21–23:19) revela que mientras el Código de Hammurabi reconoció las distinciones sociales en la aplicación de la ley, en Israel todas las leyes se aplicaban de forma igual a todos los hebreos.
En aquel entonces la organización de la corte real hebrea fue basada en un modelo egipcio de nobles y oficiales, y el cambio de la base económica desde la agricultura hasta el comercio causó el comienzo de enormes tensiones sociales. El profesor Claus Westermann dice que la predicación contra la injusticia social por los profetas es la única instancia en la historia universal en que se puede observar el comienzo de las clases sociales. La predicación de Amós era el primer esfuerzo en la historia del mundo de fomentar una reforma social sin una revolución armada. El problema radicaba en la falta de respeto de los derechos humanos y la opresión a los pobres por los ricos. Amós era el primero en verlo en toda su gravedad (Amós 2:6, 7; 3:9, 10; 4:1–3; 5:7–10, 12; 8:4–6). La nueva clase de “ricos” no tenía reparo alguno en explotar a los pobres. Por primera vez en Israel el dinero, no la tierra, era la base de riqueza y posición social; no importaban nada los derechos de la familia ni la obediencia a la ley de Moisés. Las “grandes familias” del reino ya no eran los ancianos de las tribus sino los nobles de la corte. Dice Esteban Veghazi que en la sociedad de la época de Amós la riqueza y la posición social reemplazaban el derecho.
LAS CONDICIONES RELIGIOSAS EN LA ÉPOCA DE AMÓS
La decadencia religiosa aumentaba juntamente con la “opresora pirámide social”. Los santuarios florecieron (Amós 4:4, 5; 5:21–24), pero no con un culto puro a Jehová. La adoración al dios de la fecundidad, Baal, se practicaba en muchos lugares del norte, a veces en el mismo santuario consagrado a Jehová. Muchos israelitas tenían poca comprensión de las provisiones de la ley. El mismo rey era patrón del culto degenerado ofreciendo empleo a sus sacerdotes y profetas profesionales para obtener su bendición y apoyo (Amós 7:10–13; Miq. 3:5–11).
La época se caracterizaba por la perversión de la justicia por medio del soborno y la influencia política, de la expropiación de los terrenos de los pobres y la opresión de los obreros. En este momento crítico aparecieron los profetas de la justicia social. Amós era el primero de ellos, pero la predicación social se encuentra en casi todos los profetas del siglo octavo; es parte vital del mensaje de la Palabra de Dios. Es nada menos que una tragedia grande que en demasiados casos los pastores cristianos en todos los países han hecho caso omiso de la predicación social que comenzó con los grandes profetas del AT. Hay mucho que podemos aprender de ellos y nuestro mundo necesita oír su mensaje.
Incluso no es exagerar decir que las revoluciones sociales de los siglos XIX y XX ocurrieron porque la predicación social de los profetas fue ignorada por las iglesias de Europa y sus predicadores. Como consecuencia estamos pagando caro esta omisión. Como observa Westermann, “la predicación social de los profetas contenía un elemento revolucionario importante”. Los profetas se atrevieron a oponerse al orden establecido y sus autoridades, y salieron como campeones de los oprimidos, los discapacitados y los que habían sido privados de sus derechos. Lo hicieron todo en el nombre de Dios, sin pensar en las posibles consecuencias para su propia persona.
EL FENÓMENO DE LOS PROFETAS DEL SIGLO OCTAVO Y SUS LIBROS
El siglo octavo antes de Cristo fue una de las épocas más interesantes en la historia del mundo. En muchos lugares había una inquietud, una esperanza de mejores tiempos, pero al mismo tiempo una gran incertidumbre sobre el futuro. Era la calma antes de la tempestad, era un tiempo entre los tiempos, y la gente en todas partes del globo estaba atenta esperando algo nuevo. Para algunos era una visión de Dios y para otros la realización de sus propios sueños. En esta época Homero comenzó a escribir en Atenas; los arquitectos griegos ensayaban las técnicas que más tarde dieron al mundo el Partenón y otros edificios magníficos. En la India el hinduismo floreció, mientras que el pueblo de la China halló sus normas de vida en el confucianismo. En el pequeño país de Israel aparecieron cuatro hombres destinados a cambiar el curso de la historia del mundo: Amós, Oseas, Isaías y Miqueas, todos profetas del Señor.
Representaban un fenómeno nuevo en Israel; ¡su mensaje espiritual y ético no ha perdido nada de su validez a través de los años! Eran intérpretes de lo más valioso de la fe de Israel, pero muy poco sabemos de estas personalidades tan poderosas. Es evidente que eran personalidades extraordinarias que rechazaron la opinión popular sobre la realidad social. Proclamaron un punto de vista muy distinto sobre la vida en Israel. Utilizando sus propias experiencias emplearon una enorme variedad de imágenes y metáforas en sus discursos. Su hablar es atrevido, imaginativo y a veces irreverente. Confrontaron a sus oyentes con el hecho de que Dios no estaba contento con la realidad social y que deseaban que hubiera un cambio radical.
La dinámica que los motivó era su absoluta certeza de que eran nada menos que “canales” de la palabra del Dios soberano. Eran “vehículos” de un mensaje que no era suyo. Por eso sus discursos reflejaban las circunstancias sociales que los rodearon. Vieron lo que otros no pudieron ver; dijeron lo que otros no se atrevieron a decir. Eran artistas comunicando sus mensajes por símbolos, parábolas, cuadros plásticos y teatro. Estos hombres y mujeres tan imaginativos tuvieron una influencia poderosa y duradera en la vida de Israel. Tenían amigos leales, hasta discípulos que valorizaban sus palabras y las atesoraban. El proceso precipitó la compilación de los libros proféticos del AT. Estos libros no se formaron alrededor de temas literarios o hechos históricos, sino que fueron basados sobre temas teológicos, convicciones firmes de los profetas. Ellos hablaron de la misión que Dios encomendó a su pueblo, la promesa de su presencia permanente con ellos y su juicio inevitable sobre ellos por su desobediencia. Dios es una realidad que no se puede ignorar. Por eso los rabinos colocaron los libros proféticos inmediatamente después de la Ley en el canon hebreo. La predicación profética surge de los mandamientos y ordenanzas de la Ley. Sabían que el pueblo vivía bajo la posibilidad de gozar de las bendiciones del Pacto o sufrir las maldiciones que resultarían de su desobediencia.
En realidad eran verdaderos “siervos de Dios”, responsables únicamente ante el Dios que los había llamado a su obra. Denunciaron de forma enfática a los profetas profesionales por su materialismo y servilismo a los reyes (Amós 7:16; Miq. 3:5). El profesor John Bright destaca cuatro distinciones entre los profetas clásicos y otros profetas veterotestamentarios, quienes muchas veces se convirtieron en profetas profesionales: 1. No profetizaban en un frenesí estático, sino con el dominio absoluto de sus facultades mentales. Dieron oráculos poéticos de alta calidad literaria. Por regla general dieron sus mensajes en público y estos fueron recordados, compilados y preparados en forma de un libro o rollo. 2. Aunque algunos tenían discípulos (Isa. 8:16) no profetizaban en grupos sino de forma individual. 3. Aunque proclamaban su mensaje con frecuencia en los santuarios y algunos eran sacerdotes, no hay evidencia para indicar que eran funcionarios del templo o cualquier otro santuario. Eran personas de distintas clases sociales que habían recibido la palabra de Dios y experimentaban un llamamiento divino a la vocación profética. 4. Finalmente, aunque estaban muchas veces en desacuerdo con la política del estado e hicieron todo lo posible para ejercer influencia en las decisiones nacionales, nunca se entregaron a la actividad revolucionaria para derrocar a las autoridades.
Insistieron en la conducta recta y la alta moralidad enseñada por el Pacto del Sinaí. Tal como Samuel, Natán, Elías y otros insistieron en que solo Jehová merecía la adoración y exigía de todos sus seguidores una conducta recta. Aparecieron como mensajeros de Dios, instrumentos de Dios para anunciar su voluntad a la sociedad humana. Eran hombres políticos en el sentido que representaban una continuación de los líderes espirituales y cívicos escogidos por Dios para dar comienzo al estado, y su misión era la de recordarles a los hebreos que Dios era el verdadero rey de Israel y su ley y su voluntad eran las autoridades máximas para gobernar tanto la vida individual del ciudadano como el destino de la nación. Aparecieron ante una nación próspera y fuerte para anunciar a sus compatriotas la presencia del cáncer de la inmoralidad y la infidelidad a Dios en el cuerpo nacional, las cuales tarde o temprano iban a destruir el país.
LA PERSONALIDAD DE AMÓS
El profeta Amós es uno de los hombres más perceptivos de la Biblia. En un mundo de paz, prosperidad y progreso él vio que la sociedad hebrea descansaba sobre una base falsa y que su derrumbe era inevitable. Poco se sabe de su vida personal; Amós 1:1 dice que era uno de los pastores de ovejas de la región de Tecoa. Él mismo dijo que era “boyero” o ganadero (boquer H951) (Amós 7:14). Puesto que la Biblia también describe al rey de Moab como ganadero (2 Rey. 3:4), se ha dicho que Amós era un hombre de ciertos medios, dueño de un rebaño de ovejas pequeñas muy codiciadas por su lana tan excelente. Aunque es imposible saber los detalles a esta distancia, probablemente era un pequeño agricultor con una parcela de terreno en la montaña y otra más abajo donde crecían los higos silvestres (Amós 7:14). Esto sí, era un hombre independiente, acostumbrado a una vida al aire libre.
Su nombre procede de un verbo que significa “cargar” o “colocar peso” y puede ser traducido como “carga”. Sus propias experiencias con Dios lo dejaron con una “carga” de responsabilidad que no pudo eludir. Tuvo que denunciar el pecado de Israel sin pensar en el peligro que dicha acción podría representar para su propia persona. Procedía de Tecoa, una aldea en una región escabrosa y desolada a unos quince kilómetros de Jerusalén y a nueve de Belén. Estaba ubicada a novecientos metros de altura sobre el nivel del mar. Era un lugar solitario, poco poblado; más tarde sería posiblemente el escenario de las tentaciones de Jesús y el refugio de Juan el Bautista.
Desde Tecoa Amós viajaba con frecuencia a Jerusalén, Samaria y Betel para vender lana e higos. El contraste que vio entre su residencia y las ciudades era muy grande; desde el silencio de la montaña hasta el ruido del mercado era otro mundo. No tardó en comprender que detrás del lujo y la prosperidad se ocultaban la opresión de los pobres, la injusticia de los tribunales y la degeneración de una religión materialista. Su propia experiencia con Dios lo convenció de que pronto Dios iba a poner fin a esos abusos tan flagrantes.
En la soledad de su montaña, bajo las estrellas brillantes, vio la mano de Dios obrando en la historia humana y no pudo callar de proclamarlo a sus compatriotas. Había dos fuentes principales del mensaje de Amós. La primera y menos importante era su propia sabiduría. Tecoa era reconocido como residencia de sabios (2 Sam. 14:2) y él era un sabio. Se ha sugerido que su enseñanza refleja más la sabiduría tradicional de Proverbios que el conocimiento del culto oficial del Templo. Pero, sin duda, la fuente principal de su mensaje era Dios quien lo llamó de forma dramática para dar su mensaje en Samaria. Amós describió cinco visiones o sueños de juicio inminente sobre Israel (caps. 7–9). Algunos eruditos creen que estas visiones constituyen el proceso de su llamamiento. Como se explicará más adelante, él comenzó intercediendo por Israel pero muy pronto comprendió que el pecado estaba tan arraigado en el pueblo que el juicio de Dios iba a comenzar en el altar del templo y a extenderse a toda esfera de la sociedad corrupta. Amós mismo describió su llamamiento como una experiencia de la ley física de causa y efecto (Amós 3:7, 8). La voz de Dios era como el rugido de un león en la noche y él fue obligado a “profetizar”; no le quedó otra opción. Finalmente, al contestarle al sacerdote en Betel quien lo acusó de ser un profeta mercenario, Amós anunció que no era ni profeta ni pertenecía al “gremio” de profetas sino que era un ganadero y agricultor. En un momento crítico Dios mismo lo “tomó” físicamente, exactamente como el artesano toma una herramienta, y lo sacó de su tierra a profetizar a la nación de Israel (Amós 7:10–17). El llamamiento de Amós era tan vivo como el llamamiento del apóstol Pablo y lo motivó a acciones realmente heroicas en el servicio del Señor.
Cinco cualidades resaltan de la personalidad de Amós. 1. Sencillez. Amós anticipó la enseñanza del Sermón del monte en su insistencia sobre una religión sincera, sin excusas ni justificaciones. Odiaba el lujo y la falsedad tan evidentes en las ceremonias superficiales del culto en Betel. Bien dijo McKerting que Amós era un “puritano” en el sentido de Juan Bunyan de Inglaterra. 2. Valentía. Amós temía a Dios tanto que no temía a ningún ser humano. Dejó su rebaño en las montañas de Judá y fue solo a la ciudad pecaminosa de Samaria sin protección alguna; denunció con valentía los pecados sociales que se hallaban allí. Aun una confrontación con el sumo sacerdote no lo espantó. Su valentía resplandece por sus sermones directos y breves, sin insinuaciones ni excusas. 3. Independencia. Amós era un hombre de la montaña; no dependía de nadie. Afirmó que no pertenecía a ningún grupo de profetas profesionales y por lo tanto aceptó toda la responsabilidad de sus palabras. 4. Visión espiritual. Mientras los demás estaban ofuscados por la prosperidad y la paz, él vio el cáncer mortal que infectaba al país. Vio como inevitable el juicio sobre Israel. 5. Elocuencia. Su hebreo era excelente; sabía expresarse bien. Seguramente pasó mucho tiempo meditando sobre lo que iba a decir en la plaza pública de Betel. En la hora de la verdad emergió como uno de los grandes oradores de la historia.
LA COMPOSICIÓN DEL LIBRO
El libro de Amós es el libro de profecía más antiguo del AT; por eso algunos llaman a Amós “padre de la profecía escrita”. La verdad es que no se sabe ni cuándo ni dónde el libro adquirió su forma actual. Hay dos buenas posibilidades: en primer lugar el mismo profeta pudiera haber escrito sus mensajes y visiones al regresar a Tecoa; o por otra parte, personas convencidas de su verdad, quienes huyeron antes de la caída de Samaria pudieron haber llevado sus mensajes a Jerusalén como testimonio a la verdad de que la nación del norte había caído debido a su inmoralidad y a su desobediencia al Dios verdadero. De todas maneras se ve que la predicación de Amós ejerció una influencia poderosa en la obra de Oseas, Isaías y Jeremías; sus mensajes recogen temas que Amós mencionó por primera vez.
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