MENSAJE DEL LIBRO DE JOSUÉ

 El libro de Josué marca un hito en el relato bíblico tal como lo hemos recibido en nuestras Biblias. Marca el cumplimiento de las promesas de Jehová para el pueblo escogido; es un momento culminante para muchas expectativas. Sin embargo, es también el comienzo de una nueva etapa en la historia del pueblo escogido, es el lugar desde donde se puede proyectar el futuro.

Hay una relación estrecha entre el libro de Josué y las promesas que Dios hizo a Abraham. La primera promesa era que Dios daría a los descendientes de Abraham la tierra de Canaán (Gén. 12:1; 15:7). El libro de Josué nos dice cómo el pueblo recibió esa tierra. Además si se reconoce que este libro tuvo sus primeros lectores durante el siglo VI a. de J.C. cuando este pueblo había perdido su tierra por el exilio, entonces la relevancia del libro es evidente.

El establecimiento de una nueva sociedad en la tierra que han poseído (cap. 13–22) está relacionado con la segunda promesa a Abraham, que consiste en que Dios haría de sus descendientes una nación grande (Gén. 12:2). Por ello, este es un momento fundamental en la historia de Israel porque es el comienzo de la formación para cumplir su misión. También podemos encontrar en el libro de Josué algunas pautas que hablan del cumplimiento de la tercera promesa a Abraham, cuando dice: “Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Gén. 12:3). Esto es manifiesto en los casos de Rajab y los gabaonitas (caps. 2 y 9). 

El cumplimiento de las promesas no es el final de la historia sino el vértice de la trayectoria que este pueblo hace para continuar ante nuevos desafíos y experiencias en las cuales desde ya tienen garantizada la presencia de Dios, pero también tienen la responsabilidad de ser fieles al pacto que Dios les dio. El libro trasmite la idea de que el trabajo de Josué es el medio por el cual Dios gratuitamente da al pueblo de Israel la tierra prometida. A pesar de toda la actividad que despliega Josué el énfasis está en dar la gloria a Dios y no a un líder o al esfuerzo de un pueblo. La conquista no es de Israel sino de Dios; ninguna batalla pudo ser ganada a menos que Dios estuviera presente en ella.

Por otra parte, en este libro hay un énfasis en que la posesión de la tierra prometida lleva consigo una gran responsabilidad como es la obediencia a Dios (23:14–16; 24:19, 20). En el fondo este acontecimiento hace parte del plan de Dios para redimir a toda la humanidad y no solo a un pueblo o etnia determinada. En ese sentido Israel es un portador de ese mensaje de salvación a quien se le ofrece las condiciones para hacerlo real en esta tierra prometida.

El portador de ese mensaje pasa por el proceso de lucha contra los poderes de los reyes cananeos. En este aspecto se puede establecer un paralelo además de una continuidad con el éxodo. En Egipto lucharon contra el faraón, y en Canaán contra los reyes. En el éxodo cruzaron el mar saliendo de una tierra de esclavitud; este evento puede compararse con el cruce del río hacia una tierra de libertad; el pacto de Sinaí es similar al nuevo pacto en Siquem. Las normas de vida desprendidas del monte Sinaí son paralelas a las que se enuncian en el monte Ebal; y los nuevos aliados en el desierto (Éxo. 18) se pueden equiparar a los nuevos aliados en Canaán (caps. 2 y 9). Los temas del libro de Éxodo que se encuentran en Josué reaparecen en el NT: la lucha contra poderes tiránicos es elevada al nivel cósmico; en lugar del faraón y los reyes cananeos encontramos principados, poderes, reyes del mundo y de las tinieblas, con sus huestes espirituales (Ef. 6:12).

Cuidando de no hacer espiritualizaciones fáciles es necesario subrayar que estos poderes con los cuales la iglesia lucha también se encarnan en estructuras, valores, modelos, cosmovisiones, grupos, etc. que contienden con el reino de Dios en este siglo respecto del cual debemos tener una actitud muy definida (Rom. 12:2).

El pueblo de Israel tuvo la posibilidad de vivir en una tierra que era propia, con el fin de cumplir allí el propósito de Dios; este debía llevarse a cabo diariamente, obedeciendo a Jehová, ganando pequeñas batallas, tanto en el campo militar como en el moral y religioso.

La iglesia también está llamada para luchar en el día de hoy contra la encarnación y el predominio de esos poderes que irrumpen en la sociedad contemporánea con los valores del antireino.

El camino a la consumación de la victoria final está labrado por la fidelidad diaria, la lucha constante en favor del reino de Dios. Nuestro deseo es que la petición de la oración modelo “...venga tu reino...” sea una realidad que trascienda el marco eclesial y alcance el mundo en su totalidad.


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