Prioridades erróneas en las vidas de los hijos de Dios conducen al fracaso. Hay veces en que aun la actividad febril no produce los resultados deseados. Si Dios no ocupa el primer lugar en la vida, nunca se obtendrá la verdadera victoria. Hageo fue llamado a predicarle a un pueblo cuyas prioridades no eran justas. Al igual que Zacarías y Malaquías, él ministró a Judá, después del exilio. Los sacerdotes gobernaban en su patria y Medo-Persia era el imperio dominante (1:1). Hageo y Zacarías alentaron mucho al pueblo mientras reconstruían el templo (Esd 5:1; 6:14).
Debido a su pecado, Judá estuvo cautiva en Babilonia por muchos años. Después que Medo-Persia derrotó al imperio de Babilonia, a los judíos se les permitió volver a su tierra en el año 538 a.C. Cuando el primer contingente de cautivos liberados llegó, bajo el liderato de Zorobabel el gobernador y de Josué el sumo sacerdote, con mucho entusiasmo ellos colocaron el cimiento para el nuevo templo, pero dos cosas les estorbaron. Primero, confrontaron gran oposición por parte de unas personas que vivían en la tierra. Segundo, dedicaron mucho tiempo y esfuerzo en construir sus propias casas, lo que hizo que el templo quedara incompleto y sin uso. Ellos “plantaron generosamente, pero su labor sólo resultó en una fracasada cosecha a causa de sequía.” Este fue un tiempo de confusión y miseria.
En el 520 a.C., el pueblo moraba en hogares ya terminados y cómodos, pero estaban experimentando depresión financiera. El día 19 de agosto Hageo irrumpió en escena con un análisis de sus problemas y los reprendió comparando el estado finalizado de sus propias casas con la casa de Dios, que por años había estado en ruinas. Les lanzó el desafío de reedificar el templo. Los líderes y el pueblo reaccionaron con entusiasmo e inmediatamente comenzaron a construir.
El 17 de octubre, estando la obra muy avanzada, algunos de los judíos de mayor edad desanimaron a los trabajadores comparando el templo que ellos construían con el templo de Salomón. En su segundo sermón, Hageo explica que la gloria del templo de Zorobabel sería mayor que la gloria del templo de Salomón. El 18 de diciembre, el pueblo se preguntaba por qué ellos no experimentaban victoria a pesar de que estaban cumpliendo con la voluntad de Dios. Hageo les respondió que necesitaban tener pureza moral; la inmundicia es contagiosa, pero la limpieza no. Lo limpio del templo no hace limpios a los trabajadores; pero su propia falta de limpieza en realidad amenazaba la limpieza del templo. En ese mismo día, Hageo predicó un sermón de estímulo para Zorobabel asegurándole que él había sido designado por Dios para la tarea en mano, y la finalizaría. Hageo, cuyo nombre significa “mi festival,” era un laico que amaba el templo y respondió al llamado de Dios (1:3, 12-13; 2:1, 10, 13-14, 20). Tal vez él haya tenido edad suficiente como para haber visto el templo de Salomón; de modo que él era un hombre ya mayor cuando predicó sus cuatro sermones, que fueron dichos de una manera sincera y sin ninguna pretensión. El hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón (1 S 16:7; 2 Co 10:7a).
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