Propósito y trasfondo histórico del evangelio de Juan

PROPOSITO DEL EVANGELIO

El autor mismo expresa un propósito claramente evangelístico, al escribir el Evangelio, como se ve en 20:30, 31: “Por cierto Jesús hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Según el autor, Jesús utilizó señales o milagros para despertar fe en él como el Cristo, el Ungido Hijo de Dios, para que así pudieran recibir vida espiritual. Al leer esta declaración de propósito, uno esperaría encontrar en el Evangelio un énfasis en las señales de Jesús y eso es exactamente lo que encontramos.

El verbo clave en el pasaje citado arriba es “creer”, encontrado tres veces más en el contexto (20:24–29), y un total de 98 veces en el Evangelio de Juan, en contraste con solamente 34 veces en total en los Sinópticos. Ese creer en Cristo conduce a “vida” eterna, otro énfasis prominente en Juan (36 veces en comparación con sólo 16 en los Sinópticos). Claramente, el propósito dominante del libro es evangelístico, llevando todo a una relación personal con Cristo que resulta en paz con Dios. Hull observa que el énfasis en el título “Cristo”, interpretado para significar el “Mesías” o el “Ungido” (1:41; 4:25), un término no familiar a los griegos, indica que el autor tenía en mente la evangelización principalmente de los judíos.

Siendo tan claro y explícito el propósito expresado, parecería innecesario seguir buscando. Sin embargo, hay una larga serie de intentos en esa dirección, a veces dejando de lado por completo el propósito expresado por el autor, a veces deseando suplementarlo. Mencionaremos algunos de estos intentos, unos bien enfocados, otros no tanto.

Algunos opinan que el autor escribió para suplir lo que faltaba en los Sinópticos. Esta teoría requiere que el autor hubiera tenido los Sinópticos en mano cuando escribió, cosa que ha sido ampliamente refutada. Otra teoría, que cae por su propio peso, sostiene que el autor quiso escribir un Evangelio que sobrepasaría a los Sinópticos.

Otros opinan que el propósito principal del autor fue el de refutar el gnosticismo. Uno podría encontrar evidencia para sostener esta teoría, pero se ha comprobado que el gnosticismo, por lo menos como sistema organizado, apareció en el segundo siglo. Habiendo llegado a la conclusión de que el Evangelio fue escrito en una fecha mucho más temprana, esta teoría no se ajusta a los datos conocidos. Lo más que se puede decir es que, sí, existían antes del fin del primer siglo ciertos elementos que figuraron luego en el gnosticismo. Por ejemplo, los docetas negaban la realidad de la encarnación del Cristo eterno, pensando que nada de lo material podría ser divino. El mismo nombre “doceta” proviene del verbo griego dokeo   G1380 que significa “parecer”. Ellos sostenían que el cuerpo de Jesús fue una mera apariencia. La insistencia del autor que se ve en 1:14: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…”, y más aún en 1 Juan, da la idea de que tenía en mente a este grupo herético. En realidad, el autor cuidadosamente mantiene un fino equilibrio entre la humanidad y la divinidad de Jesús.
Todavía otros han propuesto teorías más alejadas de la realidad del Evangelio. El uso por el autor de la expresión “los judíos” ha dado lugar a la teoría de que el Evangelio se escribió como una polémica contra los judíos incrédulos. El uso de términos como Logos y una serie de expresiones místicas dan lugar a la teoría de que el propósito del autor era el de presentar un cristianismo helenizado que apelara a los intelectuales. Al examinar el texto uno descubre que el Evangelio es el producto más bien de una mente judía, no de una helenista.

Volvemos a lo que dijimos al iniciar esta sección. El propósito dominante, expresado por el mismo autor, se ajusta perfectamente al texto. Esto no quiere decir que no haya habido propósitos secundarios que estaban en la mente del autor.


TRASFONDO HISTÓRICO

Una comprensión del trasfondo del Evangelio es importante para la correcta interpretación del mismo. Al hablar de trasfondo, nos referimos a las influencias del medio ambiente en el propósito y desarrollo del Evangelio. Los distintos conceptos del trasfondo, de parte de los comentaristas, explican en gran medida las distintas interpretaciones del texto. Haremos un repaso breve de siete componentes del trasfondo histórico: el AT, el judaísmo rabínico, Qumrán, el helenismo, el gnosticismo, los samaritanos y la comunidad cristiana.

La influencia más dominante en el pensamiento del autor del Evangelio fue, sin lugar a dudas, el AT. Lo conocía a fondo y lo cita con frecuencia, a veces de la Septuaginta y a veces parece que él mismo traduce del texto hebreo al griego. Hay 14 referencias directas a pasajes del AT (1:23; 2:17; 6:31, 45; 7:38, 42; 10:34; 12:13–15, 38–40; 13:18; 15:25; 19:24, 28, 36, 37). Hull observa que el autor colocaba estas referencias en puntos claves, tejiéndolas en el texto del Evangelio. Pero, aparte de las citas directas, es evidente que sus pensamientos y expresiones están empapados con las enseñanzas del AT. Por ejemplo, es obvio que tales figuras como el buen pastor (cap. 10; ver Sal. 23; 80:1; Isa. 40:11; Eze. 34:23; 37:24) y la vid verdadera (cap. 15; ver Sal. 80:8; Jer. 2:21) provienen del AT. El autor hace destacar las fiestas judías, los “Yo soy” y los títulos mesiánicos, todos éstos arraigados en el AT.

Una segunda influencia de importancia fue el judaísmo rabínico. El judaísmo del primer siglo no era monolítico. Se clasifican por lo menos cuatro corrientes en él: el judaísmo normativo o rabínico; el apocalíptico o místico; el sectario, reflejado en los Rollos de Qumrán; y el helenista. Aunque los escritos rabínicos que tenemos datan del segundo siglo, las enseñanzas de los rabinos estaban circulando durante el primer siglo y éstas sirven como una influencia sobre el autor del Evangelio. Él se concentró en el ministerio público de Jesús en Jerusalén, sede del judaísmo rabínico. La mayoría de los debates fueron con líderes del Sanedrín quienes se empecinaban en mantener las costumbres antiguas en pie (p. ej., 3:1; 7:45–52; 9:28, 29; 11:45–53; ver 5:10–18, 37–47; 7:15–24; 8:13–19; 10:31–38).

Según algunos comentaristas, p. ej., H. Odeberg, el misticismo judío o judaísmo apocalíptico, tenía muchos puntos de contacto con las enseñanzas del Evangelio. Aunque algunos señalan que este Evangelio, en contraste con los Sinópticos, muestra poco interés en el judaísmo apocalíptico, al examinarlo más detenidamente se descubren muchos conceptos apocalípticos. Algunos ejemplos son: “Hijo del Hombre” (1:51; 3:13, 14); “reino” (3:3, 5; 18:36); “juicio” (5:27–29); “aflicción” (16:33); “resurrección” (11:23–26).

Mucho se ha escrito en las últimas décadas sobre la hostilidad entre la comunidad de Juan y el judaísmo institucional, y cómo esta hostilidad tuvo influencia en el Evangelio. Este judaísmo se componía principalmente de los sumo sacerdotes y los fariseos legalistas, los cuales eran fanáticos en mantener las tradiciones de los antiguos. Es de destacar que los saduceos no se mencionan en este Evangelio. La polémica entre Cristo y sus seguidores, por un lado, y el judaísmo institucional, por el otro, no era una entre el cristianismo y todos los judíos. La iglesia primitiva estaba compuesta casi totalmente de judíos, de modo que la polémica era más bien entre judíos cristianos y judíos ortodoxos. De ninguna manera hay base en Juan para los movimientos antisemíticos, a pesar de que algunos han intentado aprovechar el Evangelio de Juan para esos fines. Aun J. A. T. Robinson sostiene que “Juan es el más antijudío de los cuatro Evangelios”, pero se aclara que se refiere no a todos los judíos, sino a los identificados con el judaísmo institucional. Borchert concluye su presentación de este aspecto del trasfondo de Juan, diciendo: “El evangelio no es un mensaje acerca del odio hacia los judíos (o contra otro ser humano alguno). No provee en absoluto un apoyo para un holocausto contra los judíos, o una promoción contra otro grupo alguno. Al contrario, es un mensaje que afirma que Dios amó al mundo y dio a su Hijo para salvarlo del pecado (3:16)”.
La tercera influencia importante es el judaísmo no-ortodoxo, o sectario, que se refleja en los Rollos de Qumrán. El descubrimiento de estos documentos a partir de 1947 ha arrojado gran luz sobre la interpretación del NT. Se piensa que los que habitaban en esta zona del mar Muerto eran esenios, o tenían un parentesco estrecho con ellos. Esta comunidad tenía un alto concepto, si no reverencia, por las enseñanzas de su líder descrito como el “Maestro de Justicia”. Los escritos de esta comunidad tienen más puntos de contacto con el cuarto Evangelio que con cualquier otro libro del NT. Por ejemplo, ambos enfatizan la solidaridad de los hijos de luz y el amor fraternal que los une en su confrontación con los hijos de las tinieblas. Ambos enseñaban un dualismo ético; también, ambos muestran un rechazo a la religión practicada en el templo de Jerusalén y una convicción de que la verdadera adoración se practicaba dentro de su comunidad. Al mencionar la similitud e influencia de estas corrientes con el Evangelio de Juan, queremos enfatizar que también existen muchas y grandes diferencias.

Se discute el grado de influencia que Qumrán haya tenido sobre el cristianismo y, en particular, sobre el Evangelio de Juan. Inmediatamente después del descubrimiento de los documentos, se especulaba que Juan el Bautista era un esenio y que el Evangelio de Juan surgió de ese trasfondo. Ahora, pocos afirman una relación tan estrecha entre Qumrán y el cristianismo primitivo. Borchert opina que tanto Juan como Qumrán dependían del AT para el punto de partida de sus formulaciones teológicas y que ambos comparten una herencia común de Dios como el poder expresado en la creación y sostenimiento del universo.
Muchos comentaristas opinan que el Evangelio fue influenciado por el helenismo del primer siglo. Esta influencia se ve en el prólogo de Juan, especialmente en la referencia del Logos (verbo), concepto usado por los filósofos griegos. Sin embargo, cabe señalar que Juan emplea el término en una manera muy distinta a la de los griegos. El hecho de que el autor del Evangelio se tomaba el tiempo para explicar el significado de ciertos términos conocidos muy bien entre los judíos, p. ej., “rabí” (1:38), indica que escribía también para otros, y éstos serían griegos. Algunos escritores encuentran ciertas afinidades entre Juan y los escritos de Filón (aprox. 20 a. de J.C.-aprox. 50 d. de J.C.), el cual tuvo mucha influencia en el judaísmo helenista.

Bultmann y otros han procurado descubrir influencias del gnosticismo en el Evangelio de Juan, especialmente en el concepto del mito gnóstico de un redentor. Pero varios han demostrado que ese mito probablemente surgió por influencia del cristianismo y no a la inversa. Es lógica esta refutación porque el gnosticismo, como ya hemos señalado, surgió en el segundo siglo, muchos años después de la composición de Juan.

No hay consenso en cuanto a la influencia de los samaritanos, o el grado de ella, sobre el Evangelio de Juan. Es un estudio que sólo en las últimas décadas ha logrado la atención de los eruditos del NT. Algunos piensan que la inclusión en el Evangelio del diálogo de Jesús con la mujer samaritana, y la resultante confesión de algunos habitantes de esa zona, diciendo de Jesús que era el Cristo (4:7–42), tenía el propósito de subrayar la importancia del contacto de estos con la comunidad cristiana. Hechos 8:4–25 es otro pasaje que marca, en una fecha temprana, el contacto del evangelio con los samaritanos y la conversión de gran número de ellos. E. D. Freed opina, inclusive, que Juan escribió su Evangelio como para apelar a los samaritanos tanto como a los judíos, en la esperanza de ganar adeptos de ambos grupos.
Raymond Brown sugiere que los creyentes judíos antitemplo lograron, en un período muy temprano, la conversión de un grupo de samaritanos y que la entrada de estos dos grupos en la comunidad juanina ejerció en ella una influencia en su teología. George Beasley-Murray concuerda con Brown, agregando que los Sinópticos, en contraste con Juan, dan poca atención a los samaritanos. Él examina la influencia de la “religión samaritana”, especialmente su concepto de Moisés, sobre el cristianismo. Beasley-Murray termina su exposición del tema, diciendo: “Parece que los samaritanos constituyen una de las fuentes que alimentó los recursos juaninos, ciertamente una que ha sido descuidada, pero no por eso su influencia debe ser magnificada en forma desmedida”. Así que, si hubo una influencia samaritana en el autor del Evangelio, parece que habrá sido limitada.

Finalmente, la influencia de la comunidad cristiana en el Evangelio de Juan es de suma importancia. Las enseñanzas fundamentales de Juan coinciden perfectamente con las de la iglesia primitiva. Su retrato de Cristo tiene un enfoque distinto que el de los Sinópticos, pero es el mismo Cristo. Si bien el autor del Evangelio no dependía de los Sinópticos, ni de los escritos de Pablo, las enseñanzas en estas obras estaban circulando antes de su composición y deben considerarse como parte del trasfondo del Evangelio. El factor unificador en los escritos paulinos y los cuatro Evangelios es la persona de Jesucristo. En esto concuerdan.

León Morris concluye, diciendo: “Juan es un documento cristiano auténtico y, para que sea apreciado debidamente su significado, debe verse en compañía con los otros escritos cristianos, los demás libros del NT”.

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